Desde un punto de vista técnico, no cabe duda de que los desconocidos creadores del Muay observaron muy atentamente a los monos y su forma de luchar, intentando robarles sus “secretos”. Son criaturas muy inteligentes; su forma de luchar se basa en la imprevisibilidad de sus movimientos: un mono salta, rueda, gira y golpea por sorpresa desde todas las direcciones. El mítico Hanuman reúne todas las características del animal en el que se inspira, amplificadas por su naturaleza semidivina. Hanuman Tawai Waen representa uno de los ataques favoritos del hijo del viento, que golpea con ambos puños inclinándose hacia delante o saltando hacia arriba gracias al movimiento explosivo de toda la musculatura del cuerpo, desde las piernas hasta los brazos; el estilo Muay Lopburi ha hecho suya esta técnica, desarrollándola hasta el más mínimo detalle para convertirla en un golpe definitivo. Entre las numerosas acciones devastadoras utilizadas por los Nak Muay a lo largo de los siglos, una gran familia de técnicas se inspiró en los ágiles movimientos de Hanuman y caracterizó al Muay Boran, ayudando a los guerreros siameses a sobrevivir en innumerables combates. Las técnicas concretas de las que hablamos se agrupan comúnmente bajo el término “técnicas de Hanuman”; su característica definitoria es que se trata de ataques realizados saltando.
Un buen guerrero experto en Muay debía ser capaz de enfrentarse a cualquier tipo de adversario, solo o en grupo, y qué mejor sistema que un asalto volador realizado con la ferocidad de un mono agresivo para sorprender y derrotar al enemigo más poderoso de un solo golpe o para romper rápidamente el cerco de varios atacantes?
En el Muay se utilizan casi todas las partes del cuerpo para los golpes de salto: la cabeza, los hombros, los puños, los antebrazos, los codos, las caderas, las rodillas, las espinillas, los pies. Los objetivos pueden ser prácticamente cualquier zona sensible del adversario, desde la cabeza hasta las piernas. A menudo, las distintas armas naturales se combinan y se utilizan entre sí (por ejemplo, una rodilla y un codo) para que las acciones ofensivas sean aún más difíciles de bloquear. Sólo quien haya sufrido un ataque repentino y violento con un golpe volador lanzado desde una distancia “imposible” (es decir, desde muy lejos o muy cerca) puede apreciar plenamente la peligrosidad de técnicas tan extremadamente eficaces.